Mi amigo Jordi y yo habíamos jugados muchos años juntos. Empezamos en el equipo del colegio, donde el fútbol era casi una religión. Fuimos progresando y, a medida que crecíamos, nos incorporábamos a equipos de mayor categoría. Poco a poco, y sin apenas darnos cuenta, la cosa se fue poniendo seria. De un día para el otro, empezamos a viajar por todo el territorio catalán, e incluso en algunas ocasiones llegamos a jugar muy lejos de casa. Desde Mallorca a Alicante, pasando por Zaragoza e Ibiza, y qué sé yo, Valencia, Castellón, Teruel, y en fin, un largo etcétera. Dadas las circunstancias, admito que jamás sospeché que la historia terminaría como lo hizo.
Seguir leyendo